Como os comente tuve tutoría con la profesora de mi hijo.
Tengo que decir que tras pasar el
stress, los llantos y calmarnos madre e hijo, las aguas vuelven poco a poco a
su cauce. Fui a hablar con su profesora
y todo fue para bien.
Me encontré con una profesora que no sabía que mi hijo tenía
dislexia, que reconoció sus fallos, que le dolió enormemente haber causado daño
y que pidió disculpas. Sin querer nos causó un daño que ella no era consciente y que cuando se lo conté, se dio cuenta, supo verlo y tuvo la suficiente empatía para ponerse en nuestro lado. Su cara lo decía todo, sentía el daño y el dolor, se daba
cuenta de lo que yo le decía y era sensible.
Algo tan sencillo como la sensibilidad
es suficiente para poder ayudar y reconducir una situación. Le expliqué con
todo detalle nuestra semana, mi hijo,
sus preguntas, sus miedos, su dolor y sus lágrimas. Le
explique su dislexia, como le afecta,
los puntos fuertes de mi hijo y los
menos fuertes. Le expliqué un poco de la dislexia, en que consiste y que
ella me podía ayudar enormemente. Le hice ver que ella es una parte muy
importante en la dislexia de mi hijo, de ella dependen muchas cosas. Pero lo que
más depende es que mi hijo se sienta feliz y bien en el colegio. Que está motivado
y que entre cada mañana con ganas de ir a clase, de aprender y de verla a ella.
Acabé dándole las gracias por su capacidad de rectificar, de reconocer sus fallos y supe que a partir de ese día teníamos una
profesora “aliada” a la dislexia. Se que el próximo niño que entre en su clase con dislexia
va a encontrar un apoyo, a alguien sensible y dispuesta a colaborar.