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04 febrero 2013

Lo veo pero no me lo creo.....no me creo la dislexia







Empiezo a hacer memoria y veo que aunque a mi marido le costó más que a mi ver que mi hijo el mayor era disléxico,que necesitaba terapia y mucha dedicación, yo a mi manera también tarde en asilmilarlo. Vale que admití sin ningún tipo de reticencias el diagnóstico y que necesitaba terapia. Pero una cosa es admitirlo, dejarte asesorar y otra muy distinta es ver la magnitud del problema, en toda su dimensión. Una cosa es saberlo y otra interiorizarlo.

Como os dije el otro día, cual sería el grado de dislexia de mi hijo que le buscaron terapia sin tener hueco alguno, literalmente lo colaron y lo metieron en un grupo a las siete de la tarde con niños mayores que él. Visto con la perspectiva del tiempo, yo no lo vi como nada raro o excepcional, no veía más allá, ni siquiera veía que eso no era cuestión de unas semanas, sino de años. Cuando digo años es que fueron cuatro años de terapia, durante parte de esos años aumentaron de dos sesiones semanales a cuatro sesiones. Pero yo en aquel entonces seguía con los ojos cerrados. Así pues el primer lunes llegó y empezamos la terapia. Deje a mi hijo en el centro, aparqué el coche como pude y a esperar. Mi hijo era y es un niño muy fácil y muy dócil. No preguntó nada, simplemente entró en la sala con Pilar. Al salir salió contento, alegre y con una sonrisa. La terapeuta  sonrió ante mi pregunta: "¿Cuantas sesiones crees que va a necesitar? ".
A lo cual ella contestó sonriendo que ya veríamos. Una madre que esperaba como yo, me debió de ver como una auténtica ignorante, le debí de dar pena al verme con mi tripa de embarazada, estaba esperando mi cuarta hija, y me dijo que ella llevaba dos años. Que tranquila, que solía ser una terapia larga. Yo, más soberbia que nadie, pensé para mis adentros que eso sería su caso, pero que no el de mi hijo. Lo nuestro era un problema de fácil y rápida solución. Me monté en el coche y de vuelta a casa, ya de noche y con atasco le pregunté a mi hijo que habían hecho durante la hora. Cual fue mi sorpresa.¡solo había jugado! Había hecho ejercicios físicos y jugado con la pelota. Yo insistí en saber al detalle todos los ejercicios y efectivamente, mi hijo no había cogido ni un solo lápiz en toda la hora y menos aun había leído una sola sílaba. No entendía nada, algo estaba mal. Sin darme cuenta que la que estaba en un error era yo y no ellos. Decidí que a la siguiente terapia llegaría un rato antes y aclararía el mal entendido. Fernando solo tenía problemas de lectura. Eso a mi entender no tenía que ver nada con la pelota y con hacer nudos en cuerdas. Llegó el miércoles, llegue un rato antes para abordar a la terapeuta y aclararle la situación de mi hijo. Tengo que decir que Pilar, la terapeuta, con toda su bondad escuchó las tonterías que le dije, me dejo hablar. Con mucha paciencia y amabilidad me explicó en que consistían los ejercicios que hacían y el porque de ello. Yo no paraba de insistir que había un error, un malentendido, mi hijo tenía que hacer terapia de lectoescritura. Ella me empezó a hablar de las dificultades de Fernando y de la importancia de la psicomotricidad. Si la psicomotricidad no está arreglada no hay manera de empezar con la lectura. ¡Que razón tenía! Pero yo seguía en mi nube, pensé que de acuerdo pero que eso no serviría para mucho, que seguro que en un mes ya estábamos con el lápiz y la lectura. Pero si ese era el protocolo a seguir, yo encantada, tampoco iba a ser desagradable después de que me habían colado. Visto ahora, que pava e ignorante fui. Como es que no lo vi. Para mi hasta entonces, la psicomotricidad era un concepto que evaluaban en el colegio, que le daban mucha importancia y que yo mentalmente traducía como la gimnasia de mi época. Sin darme cuenta que no era gimnasia tal cual y que la finalidad no era que el niño se moviese y desfogase, sino algo mucho más profundo e importante, era empezar a ayudar a ordenar el cerebro, a preparar la cabeza para la lectura. Es como cuando uno va a sembrar que primero prepara la tierra, la labra muy bien para luego sembrar. Pues la psicomotricidad labra la cabeza de nuestros hijos para que luego sea más fácil sembrar la lectura.

En paralelo en el colegio estaban inmersos de lleno en la lectura.En primero de primara es lo único que se hace, lectura y todo aquello que ayuda a la lectura. Lo bueno del sistema francés es que empiezan a los seis años y dan de margen un curso y medio para empezar a leer.No tienen prisas, no estresan a nadie si uno no lee y el resto si lee. Los hay que empiezan al principio y los hay que apuran hasta el final el tiempo.Las prisas nos entran a nosotros, sobre todo a las madres españolas. Nos creemos que porque nuestros hijos lean antes y mejor van a ser o son más listos que el resto ¡que mentira más grande! no tiene nada que ver.  Eso lo único que demuestra es que nosotras somos unas estresadas ignorantes. Cada tarde teníamos que intentar leer un poco. Todo en francés, siendo nosotros españoles, lo cual a mi entender era una dificultad añadida. Otra mentira, pues los idiomas no tienen nada que ver con la dislexia. La dislexia está ahí dentro de la cabeza, no es cuestión de idiomas, es cuestión de cabeza. Vale que les cueste escribirlos, pero igual que les cuesta la ortografía española. ¿Por que tenemos que limitar los idiomas a los niños disléxicos? ¿Por que tenemos que echarle la culpa a los idiomas de la dislexia de nuestros hijos bilingües?  La profesora de mi hijo se llamaba Amaya, siempre sonriente me decía que tranquila que Fernando era capaz, que llegaría. Ella no se estresaba por mi hijo, creía en él, la que se estresaba al ver las lecciones era yo.

A lo largo de ese mes de octubre, según fueron pasando las semanas y mi hijo seguía haciendo solo y exclusivamente psicomotricidad, y las lecciones que traía cada día a casa iban siendo más complicadas en la lectura, me fui dando cuenta de que verdaderamente mi hijo era disléxico. Necesité ver esa mirada perdida de mi hijo con el libro de lectura, ese no entender lo obviamente entendible para mi, que no era disléxica. Necesité un mes entero, necesité yo sola chocarme con la realidad del día a día, y ver que no había disculpa alguna. Mi hijo era disléxico e iba a necesitar mucha terapia, era un grado muy extremo y la terapia no iba a ser de dos años como la señora que comenté, sino mucho más larga. Necesité asimilarlo para así poder afrontarlo, reunir las fuerzas para dedicarme a mi hijo. Así fue como me creí que mi hijo era disléxico y como me convencí de la ayuda que le tenía que dar. Vi lo importante que era mi papel, lo crucial que iban a ser los años de primaria en su vida. Me involucre de lleno en ello. Cada aprendizaje de una sílaba , cada tarde con sus deberes, cada terapia, el día a día, estábamos juntos no solo los dos sino el resto de sus hermanos. Cuanto más apoyo y más arropado por todos mejor.Todos íbamos con él a terapia, todos le esperábamos merendando, todos repetíamos los ejercicios y todos nos reíamos de las meteduras de pata Yo me convertí en su coach. Mi objetivo ese invierno fue que Fernando leyese y que a la vez fuese feliz. Que fuese normal dentro de la anormalidad. Que poco a poco aprendiese a decodificar el mundo nuestro, el de los no disléxicos.

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